Siempre hemos pensando que, en último término, podríamos salvar el primer semestre de 2021. Los estudiantes, después de su movimiento de apoyo al Paro Nacional, podrían volver a clases en la última semana de julio (es una hipótesis, naturalmente). No renunciarían así a la solidaridad con los reclamos populares en favor de las transformaciones que demanda la justicia social, y, simultáneamente, contribuirían a la continuidad de la misión universitaria, particularmente aquella que tiene que ver con los programas de formación para los estudiantes de pregrado.

Mientras tanto,  nuestra alma mater podría conceder una buena parte de las garantías que solicitan los estudiantes en estos casos; y, por otra parte, reajustar el calendario académico.

Ahora bien, como en los últimos días de julio comienzan las vacaciones de los docentes de planta, estaríamos en disposición de retomar las clases el 10 de agosto, fecha, a partir de la cual, la Universidad adelantaría 10 semanas para dar conclusión al semestre. Este cerraría a finales de octubre, con el margen suficiente para emprender el segundo semestre durante los meses de noviembre y diciembre.

Al mismo tiempo, reanudaríamos la vinculación con los docentes en la debida forma y reactivaríamos las ayudas, como el apoyo alimentario, la conectividad, el préstamo de tablets y la matrícula cero. En este proceso, es muy bueno mantener los ejercicios del diálogo y la reflexión para extraer enseñanzas de estas coyunturas críticas. Igualmente, es imprescindible la colaboración armónica entre las distintas instancias de dirección dentro de la Universidad, como lo son el
Consejo Superior, el Académico y la Rectoría.

Entre todos sacaremos adelante el conjunto de actividades académicas e institucionales,
propias de una universidad que cada vez crece más como espacio de la ciencia y de la creación; de los derechos ciudadanos, del diálogo y del espíritu crítico.

Rectoría